Vicente Carrión Arregui
Geografía emocional a la luz de Anaximandro
(El Correo, 10 de abril de 2006)
Lugares que duelen. Recuerdos. ¿Cuántos años siguen pasando sin que se desactive la geografía del dolor, la hiriente asociación del nombre de un pueblo con un crimen, una ignominia, una vuelta de tuerca más en la abyección que esta querida tierra vasca sigue sufriendo! Hoy es Azkoitia y el otro día Hondarribi o Itsasondo o Andoain o Ibarra... la geografía emocional del crimen y la desesperanza se va adueñando de mi provincia natal. Los nombres de los sitios queridos se van contaminando y no sé qué conjuros serán necesarios para desinfectarlos, para reencontrar la curiosidad y la belleza de antaño.
Tengo en los alrededores del Txindoki mis primeras referencias míticas; ya saben, valientes euskaldunes que se rebelaban contra el monolingüismo castellano al precio de que la Benemérita allanara sus caseríos y tuvieran que echarse al monte con las 'recortadas'... Hablo del 73 ó del 74, claro, cuando las excursiones a las sierras de Aralar y Urbía nos aliviaban de la grisura urbana y entre cumbres, ovejas y canciones patrióticas visualizábamos un futuro ideal. Teníamos muy presentes los casi cuarenta años de franquismo pero no los otros cuarenta de terrorismo que venían incubándose. ¿Quién lo habría dicho por entonces!
A la montaña sucedió la fábrica. En vez de excursiones hacíamos reuniones. Rentería fue, con sus madalenas, sus manifestaciones proamnistía y sus cortes de la Nacional 1, el nuevo escenario de la resistencia. Coches quemados, chavales con pasamontañas, mucha huelga general, policías hurtando escaparates rotos, siglas y más siglas. Orereta, quisieron llamarla así entonces, dejó de ser el baile de los domingos en la plaza y se convirtió en la fantasía obrerista del poder contrarrevolucionario, temible alianza del bucolismo abertzale con la dogmática marxista.
Afortunadamente. La filosofía de Anaximandro ya había irrumpido en mi vida gracias a la Facultad de Zorroaga y, muy en especial, a Ferrán Lobo, un profesor atípico, excelente a la hora de transmitir su entusiasmo por las palabras. «Pues (las cosas) se pagan mutuamente pena y retribución por su injusticia según la disposición del tiempo», decía Anaximandro, filósofo presocrático, refiriéndose a cuál podría ser el principio rector del Universo. Y yo pensaba: ¡La hemos liado! Como este tío tenga razón, a cuarenta años de franquismo nos van a corresponder otros cuarenta de nacionalismo victimista y de terrorismo libertador, así que hasta el 2015 no habrá modo de levantar cabeza...
Como ven, la filosofía puede ayudar mucho a entender lo lentísimos que son los cambios, ya en la personalidad individual, ya en la percepción social de la realidad. Corrían los ochenta y todavía se brindaba por la muerte, como nos recordó hace unos días el portavoz de una asociación de víctimas que no sé si ha leído a Anaximandro pero que sin duda confirma la predisposición humana a contagiarnos de lo peor. Brindis por la muerte, deseo mórbido de disfrutar del daño ajeno, que ha sido una seña básica de la educación emocional del buen vasco. Ya fuera por Carrero o por Franco primero, o por guardias civiles o militares anónimos después, llevamos décadas inmersos en la esquizofrenia entre mi muerto y tu muerto, como si no dolieran parecido, como si Anaximandro no nos hubiera advertido de que todo vuelve, de que nada es baladí, de que quien a hierro mata a hierro muere.
Pero necesito proseguir el itinerario por mis queridos paisajes guipuzcoanos. Y en los noventa fue Hernani el lugar del matonismo, la amenaza y la agresión. En esa plaza de los Tilos en donde los sanjuanes adolescentes eran promesa de libertad y cachondeo colectivo se palpaba el miedo y la cobardía cívica ante el bandolerismo y la prepotencia de los proetarras, con o sin legitimidad municipal. Luego serían Oyartzun, Mondragón y tantos otros lugares donde el ambiente se hizo literalmente irrespirable para quienes se resistían a comulgar con las ruedas de molino del abertzalismo dominante. Y aún tendría que llegar Azkoitia, sí, para que no olvidáramos las esencias. La tierra del ardor jesuitico y del predicador de los batzokis, sí, pero también la de quienes creyeron en la Ilustración y la de quienes en Erlo o en Izarraitz hemos saboreado el maldito privilegio de pertenecer a un paisaje tan bello como cruel.
Azkoitia, con su manifestación de apoyo a un asesino de cuerpo presente, se ha convertido en un símbolo anticipatorio del horror que puede esperarnos si el desarme material de ETA no se acompaña del desarme mental de quienes, lejos de arrepentirse por los crímenes cometidos o jaleados, se muestran orgullosos de la trayectoria etarra. Es dudoso que quienes han articulado sus existencias sobre la legitimación del crimen en nombre de una supercausa vayan a cambiar de un día a otro para correr a pedir perdón a sus víctimas. Pero no es nada dudoso que aprenderían a estarse calladitos si no encontraran a su alrededor ese sustrato de apoyo afectivo que el nacionalismo -ya saben, 'los nuestros'- brinda a los etarras en estricta proporcionalidad con que lo niega a quienes no disimulan su aceptación del orden constitucional español.
Porque ETA no terminará cuando se abandonen las armas sino cuando su herencia moral de matonismo, legitimación de la violencia y desprecio hacia quienes abominamos de su proyecto etnicista haya desaparecido. Y Anaximandro ya nos advierte que pueden quedar bastantes años hasta entonces. No nos los amarguemos desgastándonos en rencillas fraternas. Si hemos podido seguir viviendo en Euskadi pese al miedo y al asco, viendo cómo nuestra geografía emocional se llenaba de agujeros negros, es porque por debajo de los pueblos, las ideologías y las mandangas históricas en cada persona late un universo de posibilidades vitales que ni el terrorismo ni el nacionalismo ni el revanchismo pueden agostar. Paciencia, pues, Anaximandro está con nosotros. El tiempo es largo pero corre contra los criminales y sus beneficiarios, contra quienes creyeron que la violencia y el odio les permitirían imponer sus delirios patrióticos. No lo han conseguido y no lo conseguirán, es más, pagarán, están pagando «pena y retribución por su injusticia según la disposición del tiempo».
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