Xesús Veiga
Perder por la mínima
(Página Abierta, 201, abril de 2009).
Aunque el dibujo final es, sin duda, impactante –el PP recupera el Gobierno de la Xunta al obtener la mayoría absoluta en las elecciones del pasado 1 de marzo–, las cifras salidas de las urnas no permiten establecer la conclusión de un arrase electoral por parte del partido vencedor. Considerando sólo los votos del censo interior, el PP subió 56.389 respecto al año 2005 y los miembros del Gobierno bipartito perdieron 65.601 (el Partido Socialista 25.983 y el BNG 39.618). Al final, el partido encabezado por Núñez Feijóo superó a los socios gubernamentales en sólo 10.000 votos. Y todo ello en un contexto de incremento de la participación electoral en 2,35 puntos (acudieron a esta cita casi 53.000 personas más que en 2005).
Los resultados de las elecciones gallegas desmintieron algunas apreciaciones previas que se tenían por muy fundadas:
· El aumento de la participación (aunque inferior a los porcentajes registrados en las elecciones generales de los años 2004 y 2008) no favoreció al PSOE y al BNG, sino al PP. Todo parece indicar que ha habido un doble movimiento. Por una parte, votantes urbanos de la derecha que se habían abstenido en el año 2005 (descontentos, seguramente, con la presencia casi vitalicia de Fraga al frente de su partido) decidieron respaldar la opción de un candidato más acorde con el perfil social de los nuevos apoyos que había recibido el PP, durante los últimos años, en las principales ciudades gallegas. Y por otra parte, votantes, primordialmente también urbanos, del BNG optaron por la no participación (o por el voto en blanco) como expresión del desencanto por una gestión gubernamental que no satisfizo sus expectativas de cambio.
· La desaparición de Fraga del escenario político gallego no provocó el desgaste interno del PP que muchos pronosticaron ni la erosión del apoyo social en la magnitud que se suponía. En los últimos veinte años, el PP no ha bajado nunca del 40% de los votos emitidos, en cualquiera de las convocatorias electorales celebradas en Galicia. La fortaleza de este partido se hace más evidente si tenemos en cuenta que en esta ocasión disponía de una presencia institucional muy limitada (sólo preside dos de las cuatro Diputaciones y no encabeza ninguno de los Gobiernos de las siete ciudades más pobladas del territorio gallego).
· Se ha roto la tendencia de anteriores elecciones autonómicas que establecía una cierta relación de vasos comunicantes entre los electorados del PSOE y del BNG. Si en el año 1997, la segunda superó significativamente a la primera fue por la evidente transferencia de numerosos votantes socialistas que no estaban cómodos con el panorama que les ofrecía el felipismo agonizante. Las pérdidas registradas por el BNG en los años 2001 (49.000 votos y un diputado) y 2005 (34.000 votos y 4 diputados) se trasladaron básicamente a un PSOE que recuperó su posición perdida gracias, seguramente, al nuevo ciclo abierto con el liderazgo de Zapatero. Ahora, las dos organizaciones han perdido votos simultáneamente. No muchos, pero suficientes para que el PP, sin grandes alardes, haya recuperado su ansiada mayoría absoluta.
A falta de un análisis postelectoral que permita detectar con precisión los motivos que explican los nuevos comportamientos que se han constatado el pasado 1 de marzo, cabe formular algunas posibles hipótesis al respecto:
· La dirección del BNG ha fracasado en su pretensión –no suficientemente explicitada y elaborada– de ampliar su base electoral entre una parte de los votantes del PP manteniendo los niveles de apoyo más tradicionales. La realidad es que ha captado muy poco en el nuevo caladero y ha perdido demasiado en las franjas más críticas de su electorado. La organización nacionalista tal vez sobrevaloró su capacidad de arrastre hacia aquellos sectores sociales más proclives a respaldar al que está en el Gobierno por encima de otras consideraciones pero, sobre todo, descuidó el trabajo específico (políticas, explicaciones, gestos, liderazgos…) con las personas que mostraban un nivel más alto de exigencia hacia los nuevos gobernantes. Con todo, no es verosímil pensar que la desafección haya existido por la moderación del BNG en sus demandas lingüísticas o estatutarias. La pérdida de votos sufrida por las dos fuerzas independentistas que concurrían certifica que ése no ha sido el problema. Seguramente, el desgaste proviene de otro tipo de expectativas no cumplidas: nuevos estilos de gobernar, relaciones con los medios de comunicación públicos y privados sustancialmente diferentes al perverso control ejercido por el fraguismo, más ambición y contundencia en el ámbito de la defensa del medio ambiente…
· El Gobierno de coalición no fue capaz de conseguir el equilibrio adecuado entre la acción unitaria que suelen demandar amplios sectores de la ciudadanía y el mantenimiento del indispensable perfil propio exigido por buena parte de la afiliación respectiva. Ambos grupos cometieron el error de pensar que el PP estaba derrotado para un período mínimo de 8 años y diseñaron dos grandes objetivos, no precisamente complementarios: el PSOE pretendió minimizar al BNG y ser la primera fuerza en votos y escaños para poder gobernar en solitario; el Bloque se marcó como meta prioritaria no ser fagocitado por su socio y reducir al máximo las distancias en los guarismos electorales. Resultado: Touriño fracasó estrepitosamente en su pretensión hegemónica y la organización nacionalista aguantó el tipo pero pagando un coste muy caro. Se ha perdido una ocasión para demostrar que las dos culturas políticas que compartían responsabilidades de gobierno podían sobrevivir y salir enriquecidas de la experiencia. Una de las asignaturas pendientes después del 1-M es, precisamente, la construcción de una nueva forma de relación entre BNG y PSdG, sin prepotencias y sectarismos.
· Todo parece indicar que el Partido Socialista ha podido perder votos en favor de la sigla fundada por Rosa Díez –UpyD–, que se presentaba por primera vez a este tipo de comicios y que ha obtenido el respaldo de 23.000 personas. Estas fugas, y otras que previsiblemente han ido a parar al PP, evidencian que una parte de la base electoral socialista no se ha sentido a gusto compartiendo responsabilidades gubernamentales con el BNG y ha dado credibilidad a la campaña mediática sobre la supuesta imposición lingüística promovida por el Gobierno. A pesar de que la legislación sobre el idioma gallego ha sido prácticamente idéntica a la existente en la época de Fraga, se ha ido instalando –en una parte de la sociedad gallega– la creencia de que ha habido discriminación a las personas castellanohablantes desde la llegada del bipartito. Mientras el PP alimentaba interesadamente ese falso victimismo, el PSOE quedaba paralizado por el temor a perder votantes, y el BNG no era capaz de encontrar los antídotos para contrarrestar semejante ofensiva mediática. Posiblemente, en la conciencia de un cierto número de personas se abrió paso una correlación simplista al margen de cualquier contraste con la realidad: dado que el Bloque había sido la organización política que, en los últimos treinta años, se había tomado más en serio la defensa del uso de la lengua gallega, su presencia en la Xunta –a pesar de que la Secretaría Xeral de Política Lingüística estaba en manos del Partido Socialista– aseguraba automáticamente la aplicación de mecanismos coercitivos en la política de normalización.
· La coincidencia de la fecha electoral elegida por Touriño y el comienzo de la fase más aguda de la crisis económica no ha favorecido ciertamente al bipartito. No es fácil establecer la incidencia concreta de este factor en el resultado final, pero sí se puede afirmar que una parte muy amplia de la sociedad gallega no ha considerado problemático dar su apoyo a una fuerza que realiza propuestas programáticas en materia económica (rebajas impositivas a las rentas medias y altas, reducción del gasto público) divergentes con las que ahora se están barajando en la propia Administración de Obama. En todo caso, esta experiencia electoral demuestra que cuanto peor es la crisis y su impacto sobre las condiciones de vida no le va mejor necesariamente a aquellas organizaciones que proponen políticas que alteren las lógicas económicas dominantes.
El error de pensar que la derrota de Fraga en 2005 era el inicio de un ciclo descendente de la derecha gallega y que Bloque y PSdG podían dedicar buena parte de sus energías al trabajo de desgaste mutuo no debería ser sustituido, ahora, por una equivocación simétrica: creer que el PP tiene por delante un largo período de predominio electoral, edificado sobre las ruinas de la experiencia del Gobierno de coalición. No. Las influencias sociales están bastante equilibradas y las incertidumbres de los próximos tiempos son mayores que nunca. La suerte no está echada, ni mucho menos. Hay partido. Y para volver a ganarlo, PSOE y BNG deben asumir que están condenados a entenderse para construir acuerdos respetuosos con la identidad específica de cada organización. Si no lo hacen así, no podrán revitalizar una alternativa al monólogo del PP.
|
|