Xesús Veiga Elecciones autonómicas en Galicia. Un nuevo ciclo político

Xesús Veiga

Elecciones autonómicas en Galicia.
Un nuevo ciclo político

(Página Abierta, 161, julio de 2005)

Ha habido que esperar más de una semana para confirmar definitivamente los resultados. Y ha sido, además, el mismo día –28 de junio– en el que, en 1936, el pueblo gallego aprobó en referéndum el primer Estatuto de Autonomía. Esta singular prórroga vivida en el recuento electoral obliga a centrar este primer análisis en lo sucedido el pasado 19 de junio, al finalizar el escrutinio en el interior del territorio gallego.
Estas elecciones autonómicas tenían algo especial. La prolongada estancia del PP en el poder autonómico (desde los primeros comicios de 1981 sólo estuvo fuera del Gobierno en el bienio 1987-1989), el empeño de Fraga por batir todos los récords de permanencia al frente de una institución pública y las amplias movilizaciones sociales vividas con motivo de la catástrofe del Prestige y de la guerra de Irak, habían creado un palpable clima de cansancio entre amplios sectores de la ciudadanía que permitía albergar una expectativa electoral favorable a la conformación de una nueva mayoría parlamentaria.
Por otra parte, y a diferencia de lo ocurrido hace cuatro años, el PSOE tenía como objetivo prioritario desbancar al PP de la Xunta. Disponía, para ello, de un instrumento que entonces no poseía: el efecto ZP. En  2001, la preocupación principal de los dirigentes socialistas había sido recuperar la posición perdida en 1997 a manos del BNG, y por eso celebraron como un gran triunfo haber igualado en diputados –aunque no en votos– el resultado obtenido por la organización nacionalista.
La noche electoral del 19-J tuvo el sabor de las “derrotas dulces” para los partidarios de Fraga y el color tenue de las victorias angustiosas para quienes querían lograr su inmediata jubilación política. Los números no dejaban lugar a dudas: PSOE y BNG superaban en 125.000 votos al PP, por más que la diferencia en escaños fuese mínima por mor del mayor peso relativo de las provincias menos pobladas –Lugo y Ourense– en el número de parlamentarios elegibles. A falta de contabilizar los votos de los residentes ausentes –casi un 12% del censo total–, Fraga había perdido su particular plebiscito. Un descenso de seis puntos porcentuales y la pérdida de 40.000 votos respecto a 2001 certificaban las dimensiones de una derrota menor de la que cabía esperar después de todo lo sucedido en estos años. El PP había demostrado la fortaleza de su maquinaria electoral, singularmente en los espacios menos urbanos, en donde, según propia confesión, sólo perdieron los votos de los muertos.

El Partido Socialista de Galicia (PSdG) confirmó las previsiones y experimentó una notable subida: diez puntos porcentuales más sobre las últimas autónomicas y casi 190.000 votos adicionales. Fue la única fuerza política que captó, simultáneamente, apoyos procedentes del PP, del BNG y de la abstención, aunque también es verdad que no fue capaz de lograr la movilización de un segmento de electores que acudieron a las urnas el 14 de marzo de 2004 y ahora se quedaron en casa. He aquí un fenómeno significativo –y todavía no suficientemente estudiado– del pasado 19-J: la menor participación registrada en esta ocasión (68% frente al 76% del año pasado) revela que una parte del electorado urbano –y quizás mayoritariamente juvenil– no se sintió motivado para votar contra la continuidad de Fraga, a pesar de que sí lo hizo para desalojar al PP de La Moncloa.
Los resultados del BNG confirman la tendencia descendente mostrada por esta formación política en las consultas electorales de los últimos años. Con 34.000 votos menos que en 2001 y la pérdida de más de tres puntos sobre el porcentaje obtenido entonces, el Bloque no ha logrado acercarse a su techo de 1997 (395.000 votos, que representaban casi el 25% del total emitido) y ha dejado de ser la segunda fuerza del arco parlamentario. Es cierto que la organización nacionalista competía con un PSdG más potente que en anteriores convocatorias de semejante naturaleza y amparado por todos los atributos asociados a la figura de Zapatero (actitud más respetuosa hacia los nacionalismos periféricos, aceptación expresa de un futuro Gobierno de coalición con el BNG...). El famoso talante monclovita –auténtico “primo de Zumosol” de Touriño– actuó, posiblemente, como elemento disuasorio para todas aquellas personas que, habiendo votado al BNG en 1997 o en 2001, habían regresado a la casa electoral socialista el 14-M del pasado año. También es verdad que los conflictos generados en el seno del Bloque con motivo del cambio en su liderazgo no crearon las condiciones más apropiadas para retener a esos votantes nómadas o para ampliar apoyos en las franjas habitualmente abstencionistas.
El singular triángulo que preside desde hace años la vida política gallega da lugar a una conocida paradoja: el PP presume de victoria, pero tendrá que buscar acomodo en la oposición; y el BNG recibe un doloroso correctivo, pero formará parte del Gobierno gallego por primera vez en la historia de ambos. Algo se ha movido en Galicia. Sin grandes estridencias, pero con la enorme carga simbólica que representa el final de un personaje como Fraga, que fue la metáfora de la transición y cuya derrota anuncia un nuevo ciclo político en el país de “Nunca mais”.