Agosto de 2018
A Chico Báez le despierta el 19 de abril la algarabía desordenada y frenética de
cientos de zanates1 saludando el amanecer. El sol aún no ha salido, pero al sur de Managua,
desde la altura del barrio de San Judas, se anuncia allá por Tipitapa en apenas una tenue
franja de luz anaranjada. Chico se baja del tapesco2 a oscuras, se mete las chinelas3 y con
paso desganado cruza el patio y busca la letrina. Antes de salir a la venta a comprar las
tortillas calientes y el pocillo de frijoles cocidos, se muda un short4 limpio, su camisola del
Barsa y la gorra del Boer, pone la porrita del café con agua a calentar y se toma su vasito
de sábila5 licuada para los riñones. Cuando pasa frente al cuarto de su cumiche6 William le
golpea la puerta para que se vaya despertando. Deja atrás la casita de tres cuartos, de
minifalda, con piedra cantera y forro de madera de genízaro. Caminando despacio aparenta
más edad, a pesar su corta estatura, amplio pecho, brazos musculosos y piernas cortas. Luce
en ocasiones una sonrisa afable, pero en general su aspecto refleja cansancio y desilusión.