(Mientras Tanto, 30 de marzo de 2019).
I
El feminismo y el ecologismo han emergido como movimientos con capacidad de
movilización y discurso. Ambos contienen un importante componente igualitario,
respecto a las desigualdades de género en un caso y respecto a las generaciones
futuras en el otro. Ambos contienen importantes dosis de crítica al capitalismo real, a
sus efectos; en un caso se denuncian desigualdades salariales, de jornada laboral total,
de inadaptación de la vida laboral mercantil al resto de la experiencia vital, etc., y en
el otro el impacto de la actividad económica convencional sobre el medio natural.
Ambos plantean la necesidad de una importante reorganización de la vida social;
aunque esto a menudo no está presente en las reivindicaciones más inmediatas, hay
una conciencia creciente de la importancia, por una parte, de que se introduzcan
cambios en la organización productiva que articulen de forma distinta la relación entre
la vida mercantil y la no mercantil, y, por otra, de que se reorganice el modelo de
producción y consumo hacia un marco sostenible. Ambos, al menos en sus versiones
más elaboradas, contienen una dimensión universal, incluyen al conjunto de la
población mundial, y en bastantes casos —más en el ecologismo— se es consciente
de las desigualdades entre los estados y las sociedades que son parte esencial del
problema. El crecimiento de la conciencia feminista y ecológica constituye por tanto
un avance en la larga tradición igualitaria que ha conseguido alcanzar alguno de los
logros más respetables de las sociedades humanas.