Un goce, un dulce y amargo escalofrío

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Los Diablos Azules/infoLibre, 27 de septiembre de 2023.

“De palabra en palabra, / de silencio en silencio, / fuimos abriendo un surco / profundo a nuestro sueño”.

José Bergamín.

Eugenio del Río
Jóvenes antifranquistas (1965-1975)
Madrid: Los Libros de la Catarata (2023 – 270 páginas)

Elogio de la autocrítica

Cuando me acerco a libros ajenos, más que hacer “crítica literaria”, lo que me gusta es contar una historia y añadirla a la que alienta el texto sobre el que escribo. La que empieza ahora tiene nombre propio y un título: Eugenio del Río y Jóvenes antifranquistas (1965-1975). La escritura y la vida. El tiempo que entre una y la otra se reparte, casi nunca a partes iguales. Aunque a veces lo intentemos. La militancia antifranquista en los años sesenta y setenta del pasado siglo ocupa las páginas de este libro que podríamos considerar una confesión. Una magnífica confesión, dicho ya sin tapaduras. Una confesión. De qué. A quién. Por qué ahora, después de tanto tiempo. En bastantes de aquellos años, yo veía a Eugenio del Río sólo en las fotos, desde abajo, como se miran las estatuas en los parques públicos o en las plazas principales de los pueblos. Era (él, no yo) secretario general del Movimiento Comunista (MC). Tenía la estatura de un pívot del básquet y entre la estatura y que era el cuadro más importante del partido, la cosa no admitía discusión ninguna: lo miraras como lo miraras, era un tío grande. Seguro que habrá, entre los y las de entonces, opiniones diferentes y eso no es sólo legítimo sino de lo más normal cuando el aire oxigenado circulaba regular tirando a poco (por motivos evidentemente endógenos y exógenos) dentro y fuera de las organizaciones políticas. En todo caso, la vida va a su bola casi siempre y cada cual busca y a veces encuentra lo que en algunos momentos de esa vida no hubiera podido siquiera imaginar. Yo mismo trabajé de hornero todas las noches desde los diez u once años hasta casi los treinta y no saben ustedes cuánto amaba ese oficio que es de los más dignos —si no el que más— entre los que he tenido la fortuna de desempeñar a lo largo de mi vida; sólo pisé la Universidad algunos ratos de un curso de Magisterio que me permitía el trabajo en el horno; no jugaba del todo mal al fútbol y, gracias al primer despido en la larga lista que llenaría luego mi dilatada vida laboral, acabé escribiendo novelas y poemas, algunos ensayos literarios y columnas como la que estoy dedicando a un autor y a un libro de los que me siento rendido admirador. Así, sin medias tintas. Por otra parte, he de dejar claro que sólo escribo de libros que me gustan. No así cuando escribo de política: casi siempre lo hago de la que no me gusta y, sobre todo, de quienes la hacen lamentablemente posible.

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