Javier Villate
A propósito del antisemitismo
23 de abril de 2004
Escribo estas breves observaciones para discrepar cordialmente del artículo firmado por Ángel Rodríguez Kauth, El muro levantado por Israel: los riesgos del antisemitismo. No ha sido esta la única ocasión en la que he tenido la oportunidad de leer opiniones similares a las ahí expresadas. En realidad, en los últimos meses están proliferando las llamadas a conjurar el peligro del antisemitismo en Europa y las iniciativas dirigidas al mismo objetivo: conferencias, foros, cumbres, etc. Aunque buena parte de estas iniciativas y de aquellas opiniones parten de esfuerzos de la diplomacia israelí, de organizaciones judías y de gobiernos europeos, también están participando en ellas personas bien intencionadas. Merece, pues, debatirse.
Lo primero que deberíamos dilucidar, para tomar la medida del peligro que se quiere conjurar, es el alcance del antisemitismo resucitado. Por tanto, pregunto: ¿dónde están las manifestaciones de ese resurgimiento? ¿Cuál es su importancia? ¿Puede darnos Rodríguez Kauth algunos ejemplos que sean realmente destacables? Ha habido algunos atentados aislados contra algunas sinagogas. Pero hablar de un resurgimiento del antisemitismo debe implicar algo más que eso. Yo creo que no estamos ante tal resurgimiento. El respetado Centro de Investigación Pew de Washington decía recientemente que "[A] pesar de la preocupación existente sobre el crecimiento del antisemitismo en Europa, no hay indicaciones de que el sentimiento antijudío haya aumentado en la última década. Las valoraciones favorables de los judíos son en la actualidad más altas en Francia, Alemania y Rusia que en 1991" (1). Por cierto, este estudio de Pew observaba que "al igual que sucede con los norteamericanos, los europeos tienen opiniones mucho más negativas de los musulmanes que de los judíos".
¿Por qué, entonces, esta preocupación por conjurar un peligro inexistente?
Yo creo que hay varias explicaciones, seguramente ninguna de ellas aplicable a Rodríguez Kauth. Una es la que se corresponde con el discurso "políticamente correcto", de forma que hoy todo político que se precie está en contra de la más mínima expresión --generalmente expresión literal, no mucho más-- de machismo, racismo, supremacismo, hegemonismo, etc. Es lícito sospechar que, en la mayoría de las ocasiones, son simples poses. Pero el "políticamente correcto" criticará los excesos del gobierno de Sharon y, acto seguido, dejará claro que está en contra del antisemitismo, venga a cuento o no. Otra explicación tiene que ver con el arraigado complejo de culpa europeo derivado de haber experimentado en su suelo aquel horror de los horrores que fue el nazismo. Es una culpa cuya expiación las organizaciones judías proisraelíes y el gobierno de Israel se encargan de que nunca encuentre su punto final (2). Y hay, creo yo, todavía un tercer factor que explota hábilmente y con fruición insaciable ese sentimiento de culpa: me refiero a la amplísima labor desplegada por las poderosas organizaciones judías europeas --y norteamericanas-- que inmediatamente cuelgan el estigma del antisemitismo al más mínimo asomo de crítica a Israel. Recordemos, sin ir más lejos, la exagerada campaña orquestada por estas organizaciones judías europeas y los líderes israelíes de consuno por la cual denunciaban el "resurgimiento del antisemitismo" en Europa por el mero hecho de que, según una encuesta del Eurobarómetro, la gran mayoría de los europeos consideraban que Israel y Estados Unidos eran las principales amenazas para la paz mundial. ¿Seré yo un antisemita?
Otro ejemplo memorable de supuesto antisemitismo fue la exposición, en el Museo de Antigüedades de Estocolmo, de una obra de un artista, de origen israelí por cierto, en la que se representaba un barreño de agua roja en el que flotaba un barco de vela llamado Blancanieves y que portaba el retrato de una suicida palestina. A pesar de las posibles, y divergentes, interpretaciones que la obra en cuestión proponía, el embajador israelí en Suecia creyó adecuado hacer trizas la obra, lo que le valió, cómo no, el apoyo del gobierno de Israel.
En junio de 2002, Edgar Morin, Sami Nair y Daniel Sallenave publicaron un artículo en Le Monde en el que se preguntaban cómo era posible que los judíos israelíes descendientes de las víctimas del Holocausto pudieran infligir tanto sufrimiento a los palestinos. Esto les valió que la Asociación Francia-Israel y Abogados Sin Fronteras denunciaran ante los tribunales a los tres intelectuales y al editor de Le Monde por "difamación racial y justificación del terrorismo". Edgar Morin, por cierto, es judío.
Por tanto, el punto de partida necesario es saber realmente si estamos hablando de algo real o algo imaginario. Y quiero aclarar un extremo. Es muy probable que, junto al ascenso en algunos países europeos de la extrema derecha y la lógica radicalización de los árabes en todo el mundo --también entre los que viven con nosotros en Europa-- crezca el antisemitismo. Pero también crece el antiarabismo, tanto por razones vinculadas con el fenómeno de la inmigración como por las relacionadas con el terrorismo. Pero Rodríguez Kauth, si le he entendido bien, está hablando de un fenómeno que sería cualitativamente distinto y que yo creo básicamente inexistente o, cuando menos, exagerado.
En un artículo publicado anteriormente por Pensamiento Crítico (3), Alfonso Carlos Bolado adopta una actitud crítica con respecto a las posiciones de Taguieff, que hace extensibles a otros intelectuales judíos franceses bien conocidos. No repetiré lo que allí se dice. En todo caso, Taguieff identifica una de las fuentes de este nuevo antisemitismo: los musulmanes europeos. Un reciente estudio del Centro Europeo de Supervisión del Racismo y la Xenofobia sostenía que se había producido en los últimos tiempos "un destacado auge de incidentes antisemitas", pero concluía que no había pruebas que lo vincularan con grupos musulmanes o pro-palestinos. Por el contrario, el informe atribuía los incidentes a grupos de extrema derecha. Este informe tenía detrás, evidentemente, una investigación acorde con los cánones académicos. Sin embargo, Abraham Foxman, conocido presidente de la Liga Anti-Difamación de Estados Unidos, podía condenar en un artículo de Los Angeles Times, con la seguridad del mentiroso, "las vacilaciones de los gobiernos europeos a la hora de arrestar y juzgar a los perpetradores [de los cientos de ataques contra judíos e instituciones judías llevados a cabo en los tres últimos años], la mayoría de los cuales son musulmanes". Foxman dixit. En una tribuna de opinión de El País (29-02-2004), Yaacov Cohen insistía en lo mismo: "En estudios publicados en 2003 por instituciones judías, como la Liga Antidifamación `Bnai Brith' y el Congreso Judío Mundial, y no judías, como la Universidad Tecnológica de Berlín, se demuestra que la mayor parte de los actos contra judíos, ya sea individualmente o como colectivo, es decir, contra el Estado de Israel, son obra de inmigrantes musulmanes y activistas de izquierda propalestinos". La finalidad de estas y tantísimas otras opiniones, iniciativas y campañas del mismo tenor es solo una: justificar los crímenes y las violaciones de los derechos humanos que Israel comete cada día.
Y esto me lleva a otro aspecto del artículo de Rodríguez Kauth. Dice que en las guerras no existen, por definición, ni los "buenos" ni los "malos", si bien considera que en el caso del conflicto israelo-palestino los dos bandos son "malos". Y añade que tanto israelíes como palestinos "son responsables de actos criminales". Rodríguez Kauth nos previene de que estos juicios no serán del agrado de los "fundamentalistas" de uno y otro bando.
No sé a quiénes considera Rodríguez Kauth fundamentalistas. Espero no entrar en esa maldita categoría. El caso es que cuando alguien plantea un asunto en términos de "buenos" y "malos", sea para señalar a los buenos y a los malos, o sea para decir que todos son malos, pienso que nos quiere meter en una trampa. No estoy entre quienes sienten la necesidad de limpiar de culpas a unos y cargarlas todas a otros para tomar partido por uno de los bandos. El "bando republicano" en la guerra civil española cometió atrocidades, tanto contra los españoles "nacionales" como contra algunos de su propio bando. ¿Diría Rodríguez Kauth que todos, fascistas y antifascistas, eran (igualmente) "malos"? ¿Y quiere decir que si todos eran "malos", entonces no se puede tomar partido ni afirmar que si unos vencen nos quedaremos sin libertad o, por lo menos, estaremos muchísimo peor? ¿Qué tal si llevamos este razonamiento a la guerra de Vietnam? No hay duda de que ambos bandos eran "malos". De hecho, el bando victorioso impuso una abominable dictadura. ¿Quiere decir eso que no debíamos desear la derrota de los invasores?
Con este defectuoso razonamiento sobre "buenos" y "malos", Rodríguez Kauth deja fuera de juego la cuestión fundamental: la ocupación israelí. Estoy de acuerdo con él en que hay que denunciar los ataques terroristas de los grupos palestinos contra los civiles israelíes. Y también estamos de acuerdo en que hay que condenar el terrorismo de estado de Israel. Bien. ¿Nos coloca esto en una beatífica equidistancia? No se trata de escapar de una "lectura ideológica y política" del conflicto de Oriente Medio --personalmente, no tengo ninguna afinidad ideológica con los grupos palestinos conocidos--, sino de analizar, efectivamente, la naturaleza de ese conflicto y buscar fórmulas para una resolución justa del mismo.
Rodríguez Kauth parece plantear el conflicto como una guerra entre dos comunidades, "dos clásicos rivales, como en el fútbol" (¡sic!), el equipo judío y el equipo palestino, en el que las dos están infringiendo las reglas, cometiendo abusos. Esto es un gravísimo error. El conflicto no es entre dos comunidades, sino entre ocupantes y ocupados. Rodríguez Kauth obvia este hecho fundamental. El conflicto surge porque los judíos han ocupado la tierra de los palestinos, no porque sean dos pueblos "rivales".
Así, en el partido de fútbol de Rodríguez Kauth, uno puede permitirse el lujo de buscar un arbitraje, reconvenirles a los dos equipos a jugar según las reglas o, sencillamente, no formar parte de ninguna de las dos aficiones. Pero en la realidad, la única postura moral decente es oponerse a la ocupación.
Resolver de forma justa el conflicto de Oriente Medio significa acabar con la ocupación ilegal y contraria al derecho internacional de los territorios palestinos por parte de Israel. En esto no cabe "discreción" posible, porque estamos hablando de la vida y la muerte de miles de palestinos e israelíes, de la supervivencia de un pueblo --actualmente sometido a una condición de subvivencia por la brutal, cruel y despiadada ocupación israelí--, del imperio de la ley y del derecho internacional, de la justicia...
Termino con una pequeña observación sobre el muro del apartheid que Israel está construyendo en Cisjordania. Israel no está construyendo un muro entre "su" territorio y Cisjordania, ni lo malo, o peor, de este muro es que separe y divida a israelíes y palestinos. El muro se está construyendo dentro de Cisjordania y no entre Israel y Cisjordania (una parte del mismo, incluso, está planeada para el valle del Jordán, que separa a Cisjordania de Jordania). El muro no separa --ni es su intención-- a israelíes y palestinos, sino a palestinos entre sí. El muro tiene dos propósitos evidentes para todo aquel que se haya informado debidamente: 1) anexionarse de facto entre una tercera parte y la mitad del territorio cisjordano, y 2) trocear Cisjordania en bantustanes separados y aislados entre sí con el fin de hacer inviable siquiera un miniestado palestino que merezca el nombre de tal y de independiente. No se trata, pues, de adoptar una actitud meramente humanista sobre muros que separan y puentes que comunican, sino, una vez más, situar el muro en el contexto de la ocupación militar de los territorios palestinos y ver con claridad cuál es su objetivo evidente.
Más allá de todo esto, y de "buenos" y "malos", sugiero que, antes de enfrentarnos con problemas morales y políticos, hagamos una ilustrativa lista de violaciones de los derechos humanos de cada una de las partes. Es un ejercicio que hago a menudo con mis amigos proisraelíes. En el lado israelí nos encontramos con la ocupación misma, ilegal y condenada por la ONU; con la expulsión de 750.000 palestinos de sus hogares en 1948 (una tercera parte de la población palestina total de entonces) y de unos 300.000 en 1967; los asesinatos "selectivos" y los no selectivos; los miles de palestinos detenidos y encarcelados sin juicio, ni abogados, ni cargos; los asentamientos judíos en los territorios ocupados, todos ellos ilegales según el derecho internacional y que ya albergan a cerca de medio millón de judíos; miles de casas destruidas; miles de hectáreas de tierras de cultivo arrasadas; miles de árboles frutales (uno de los principales medios de subsistencia de los palestinos) arrancados; destrucción frecuente de infraestructuras (redes eléctricas, de tratamiento de aguas residuales, etc.); restricciones arbitrarias de los movimientos de los civiles palestinos; utilización selectiva y restrictiva de "permisos" (verdaderos pasaportes internos) para poder desplazarse y que son aceptados --o rechazados-- en los controles militares; construcción de carreteras de uso exclusivo para los colonos israelíes; robo descarado de recursos vitales como el agua (que fluye libremente en las colonias judías y falta dramáticamente en las poblaciones palestinas); obstaculización permanente para el acceso a servicios médicos y a las escuelas, así como al tráfico de bienes de primera necesidad y de la ayuda humanitaria; construcción del muro del apartheid en Cisjordania, con toda su secuela de destrucción de tierras agrícolas y de separación de las residencias y los campos de cultivo de los palestinos, etcétera, etcétera, etcétera. Todas y cada una de estas actividades son violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional.
Veamos ahora las violaciones cometidas desde el lado palestino. Los atentados suicidas y algunos esporádicos lanzamientos de cohetes y misiles artesanales contra algunos asentamientos y poblaciones israelíes. Punto. Se acabó la lista. Eso es todo. Y no olvidemos las cifras: desde el inicio de la intifada del Aqsa, en septiembre de 2000, se han producido hasta hoy, 23 de abril de 2004, 2.968 muertes violentas de palestinos y 899 de israelíes. La equidistancia no existe ni siquiera en los cementerios.
¿Qué significa, entonces, condenar "igualmente" a unos y a otros? Esa supuesta equidad no solo es un despropósito político desde posiciones democráticas y liberales, sino una catástrofe moral.
Por más que nos esforcemos en dejar claro que criticar y denunciar la ocupación y las políticas israelíes no es lo mismo que odiar a los judíos ni propugnar su persecución, nos acusarán de antisemitas a quienes denunciamos al estado campeón del mundo en violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional y la ocupación más ignominiosa del siglo XXI. Debemos intentar dejar claro que nuestro antisionismo no es antisemitismo, que luchar contra la ocupación no es luchar contra el pueblo judío ni fomentar la persecución de los judíos. Lo podemos intentar, pero los fanáticos nos seguirán echando al fuego eterno. Siempre ha sido así. Eso les pasó a los trotskistas, tildados de anticomunistas. Eso les pasa a los críticos de los nacionalismos étnicos, calificados de antipatriotas. O a los que se enfrentan a los nuevos cruzados del Eje del Bien, que al no estar con los "buenos", están automáticamente con los "malos". Si con nuestros "denuestos" contra la política israelí le estamos haciendo el "caldo gordo" a los antisemitas, ¿quién te dice, Rodríguez Kauth, que con los denuestos contra el terrorismo palestino no le estás haciendo el caldo gordo a los sionistas? El error está en el planteamiento.
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Ali Abunimah, Arabs, Muslims are not behind European anti-Semitism, Electronic Intifada, 16-04-2004.
Por cierto, nadie se siente obligado a expiar la culpa de que el Holocausto no solo exterminara judíos, sino comunistas, gitanos y discapacitados.
Véase el artículo de Alfonso Carlos Bolado, ¿Un nuevo antisemitismo?, publicado por Pensamiento Crítico.
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